Como si todos los días fueran San Valentín en Las Cabañas

Como si todos los días fueran San Valentín en Las Cabañas

Juan y Mari Tere salieron de casa con tiempo. Les gustaba llegar a la hora a la que habían reservado en el restaurante. Vivían al lado de la vieja estación de tren y, aunque estaban cerca, comentaron la cantidad de veces que habían paseado por allí, la de veces que habían saludado a conocidos… Juan paró un momento en «Los jardines» y le dio un pequeño paquete a Mari Tere que sonrió y dijo que no hacía falta. Pero él era un hombre que cumplía con sus promesas y sus tradiciones. Y, como cada 14 de febrero, le regalaba algo a la mujer de su vida. En esta ocasión era un sencillo anillo con una perla que había comprado en una de las joyerías de Peñaranda, su ciudad. A ella se le cayó una lágrima. No por el anillo, la verdad, sino por tener a un hombre tan atento y bueno a su lado. Juan se emocionó otra vez, como cada año. Esa lágrima era su regalo. Era la forma que tenía su mujer de cumplir sus promesas y tradiciones.

Cuando el anillo se posó en su dedo, se dieron la mano y siguieron caminando, como todos los años, como siempre. Pasaron por La Huerta y se alegraron de ver a varios niños en los columpios. Todavía hay esperanzas de que «esto no se vacíe» dijeron los dos al unísono. Y se acordaron de su hijo. Un año entero sin verlo porque el trabajo en Japón le deja pocas opciones para venir.

Cuando están a punto de llegar al restaurante, saludan a Javier. «Se le ve algo decaído». «Mujer, después de lo de su mujer hace dos años… ¿Entramos ya?». Y entran en Las Cabañas, el restaurante donde llevan celebrando el Día de San Valentín desde hace cuarenta años. Celso les lleva a su mesa, tan amable como siempre. Se sientan y comentan el menú: una crema, un hojaldre de boletus, croquetas de carabineros, zamburiñas, jamón ibérico… Uno pide Tostón y el otro el Solomillo ibérico como plato principal. Los camareros están en su sitio y preparados, pero ellos no se dan cuenta de que todos, como cada año, les miran esperando algo. Es como una tradición. Incluso Gerardo sale de la cocina con disimulo para ver el momento.

De repente, Juan se levanta de la mesa y se pone de rodillas, como esos novios que se declaran a sus novias mientras un amigo les graba para ponerlo en Instagram. Sólo que, en esta ocasión, no hay vídeos ni redes sociales, sólo las retinas cómplices de quienes han vivido ya esa situación tan íntima y reconfortante.

Juan sonríe y recita un pequeño poema que aprendió de joven para sorprenderla el 14 de febrero, la primera vez que le pidió una cita:

«Bendito sea el año, el punto, el día,

la estación, el lugar, el mes, la hora

y el país, en el cual su encantadora

mirada encadenose al alma mía.

Bendita la dulcísima porfía

de entregarme a ese amor que en mi alma mora,

y el arco y las saetas, de que ahora

las llagas siento abiertas todavía.

Benditas las palabras con que canto

el nombre de mi amada; y mi tormento,

mis ansias, mis suspiros y mi llanto.

Y benditos mis versos y mi arte

pues la ensalzan, y, en fin, mi pensamiento,

puesto que ella tan sólo lo comparte.»

Cuando termina, Juan se pone de pie, como la primera vez que lo hizo, y Mari Tere le hace su segundo regalo del día: le da un tierno beso en los labios que está a la altura del poema de Petrarca que su amado le acaba de recitar. Como en su primera cita en ese restaurante y como el resto de días de san Valentín que han celebrado desde aquella primera vez. Un camarero joven que acaba de empezar a trabajar hace un ademán de aplaudir, pero una compañera se lo impide y le dice que hay que respetar la intimidad de esos clientes, que se lo merecen. A partir de ahí todo el equipo se pone en marcha y comienza la celebración del 14 de febrero. Como cada año. Como todas las veces que Juan y Mari Tere van a celebrar su primera cita como si fuera la última. Como si esa pareja impulsara con su cariño a todos los que hacen que ese restaurante centenario, que un día alguien decidió llamar Las Cabañas, ofrezca tradición y calidad a raudales. Como si todo el universo girara en torno a cada cliente. Como si todos los días fueran San Valentín en Las Cabañas.

Si quieres venir a Las Cabañas este San Valentín, aquí te dejamos nuestro «Menú Especial San Valentín»

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